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México DF, Antarctica
escribana que estudió periodismo, ama el rock y sus músicas aledañas, así como la poesía y las relaciones tormentosas

abril 17, 2014

Cuando García Márquez me hizo ir a su casa por un libro autografiado.

porque el espacio en los tuits nunca es suficiente...





"Una flor grande y otra chiquita"


De cuando García Márquez
me hizo ir a su casa por un libro autografiado.




Gabriel García Márquez partió de este mundo el 17 de abril de 2014



Escribiré esta historia de un tirón, sin borrador previo, con la tristeza y premura del fallecimiento de esa gran luz literaria que fue el colombiano, casi mexicano, Gabriel García Márquez, sin más afán que compartir una sencilla anécdota ocurrida en 1994, que culminó en un invaluable regalo. Narración que sólo quiere ofrecer una pequeña fotografía sobre lo grande que era Gabo, más que una absurda presunción personal, ya que no hice demasiado como para que él fuera tan generoso. Quizá muchos detalles se me escapen, quizá cuente la historia como la recuerde, más que como pasó, como él decía, pues han pasado 20 años. Pero en esencia, esto es lo que recuerdo.


* * *






Todo comenzó en el Palacio de Bellas Artes. En la sala principal, ofrecían una conferencia magistral Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, en esos lejanos momentos en que los escritores arrastraban multitudes de todas edades y colores, de diferente forma que ahora en Ferias de Libros, con mucha más pompa y circunstancia. Había un poco más de prosperidad. Eran los años 90. 

Lejos de toda solemnidad, aquella charla era una romería. Gente que subía y bajaba por los pasillos laterales y el central, fotógrafos, reporteros. Recuerdo que en el pasillo, junto a mí pasó Fabrizio León, que andaba en chinga fotografiando, y años después (yo no lo sabía entonces) sería mi jefe hasta hoy día en La Jornada; lo acababa de conocer una semana antes en casa del periodista Víctor Roura, tras un concierto de Aerosmith, y lo saludé con granentusiasmo, pues era fan de su trabajo.

Fuentes y García Márquez hablaban efusivos ante el azoro, asombro y felicidad de los presentes. 

Yo me había enterado el mero día de aquella conferencia, unas horas antes, entre clases en la Universidad Iberoamericana, "la ibero", donde yo estudiaba. Como vivía en Lindavista, y mis clases terminaban entre 1 y 3 de la tarde, aproximadamente, no me daba tiempo de regresar a casa por algunos libros y volver para estar a las 5 en el recinto del Centro Histórico. Querría haberlo hecho, porque es allá donde tenía un Cien años de soledad en primera edición (de mi mamá), entre otros volúmenes. También tenía en casa La Región más Transparente y Aura. Pero como digo, no me daba tiempo de ir y volver. 

No puedo recordar nada de lo que ahí se dijo, pero sí recuerdo haberme llevado una impresión bastante grata de ambos. Se llevaban muy bien entre ellos, hacían muchas bromas y recuerdo lo divertidos que me parecieron, lejos de la imagen acartonada que entonces yo tenía de los escritores (después frecuentaría a muchísimos, y sabría que están más locos que los músicos de rock, ja ja). Ya también había conocido en otros foros a Octavio Paz, quien me parecía imponente y majestuoso, pero más solemne. 

Al final, la gente se arremolinó para la anunciada firma de libros. "Que aunque sea me firmen mi cuaderno", pensé. Comenzó todo en ordenada fila, pero aquéllo se fue saliendo de control, hasta que hubo bolas de gente estirando brazos, pidiendo firmas. En medio del alboroto, Fuentes permanecía de pie, elegante, con traje y peinado impecables, un tanto apurado, y gritaba: "¡Gabo, Gabo, ¿qué hacemos?!", pues al parecer, no había quién pusiera orden. Recuerdo que los veía como seres míticos. Cada gesto, cada palabra coloquial, fuera de programa, que escuchaba en ellos, eran vistos por mi mocedad como reliquias atesorables, como si recogiera pedazos de sus ropas, cabellos o el utensilio que hubieran usado. Fuentes estaba detrás de una gran mesa con mantel verde de felpa, tratando de calmar a la gente, mientras firmaba libros. Pero por alguna razón, aunque era seguidora de ambos, yo me había formado del lado de García Márquez. Tuve que elegir, porque no iba a haber mucho tiempo, ya que pronto se los llevarían de ahí, y más con tal caos. Así que dejé hablar a mi corazón, y éste eligió a Gabo, con quien estaba más enganchada en aquellos días, literariamente hablando. 

Gabo permanecía sentado, con su saco café de gamuza (¿o era de pana?), observando el desorden, muy divertido, sin inmutarse. Mientras Fuentes lucía nervioso y un tanto asustado, Gabo moría de risa y gritaba: "¡Fuentes! ¡Siéntate!" Pero don Carlos no le hacía caso. 


Gabo con Carlos Fuentes
Con todo y el desmadre, había cierto "orden" en cuanto a acercarse a la firma. La fila era irregular, desordenada, muchos se metían... aquéllo era una "fila-bola", pero a la mexicana la íbamos llevando. Mas... justo cuando estuve más cerca de García Márquez, de pronto dijeron que ya se los llevarían, así que la masa se empezó a aventar aun más. Entonces fui apachurrada contra la mesa, de forma que quedé casi cara a cara con el escritor colombiano, mientras decenas de jóvenes extendían sus manos con algún libro, gritándole que les firmara. Mientras pasaba esto, Gabo observó que me estaban aplastando. Yo le gritaba: "¡Gabo, Gabo! No pude traer un libro tuyo, pero por favor, fírmame aquí en mi cuaderno!" Gabo se me quedó viendo y me dijo con cierta lástima: "No me dejan firmar en cuadernos, sólo en libros". Le dije: "¡Fírmame en la mano! ¡En el cuello!" Y esto le dio mucha risa. 

Este diálogo ocurría mientras yo tenía gente encima, gritando, pidiendo orden, rogando por autógrafos... y él seguía firmando al aire libros, casi sin ver a quién lo hacía. De pronto me dijo: "Qué bonitas florecitas..." (yo no entendía)... las de tu blusa... (yo sonreí, abochornada) ...tan bonitas como tú". Yo traía puesta una de esas camisas de algodón de los noventa, con flores pequeñas estampadas. Seguía siendo oprimida, mi pecho sobre la mesa, manos volátiles sobre mi cabeza. Y mientras él firmaba, proseguía nuestro extraño diálogo. Me dijo: "Dame tus datos. Yo te mando un libro autografiado". Inmediatamente arranqué un pedazo de papel de mi cuaderno y le puse mi nombre y mi dirección. Pensé que me lo iba a enviar por correo. El desgarriate continuaba, pero él pareció aislarse un segundo, cuando recibió mi papelito. Lo leyó con parsimonia: "Mmmh.. No me pusiste tu teléfono..." ¡Aaaaah! No podía creerlo. Y claro, había sido difícil escribir, pues no dejaban de moverse todos sobre mí. Me moría de pena de causarle tanta molestia. Lo reescribí con calma y se lo di de nuevo, ya con mi teléfono. Se le quedó viendo: "¿Patricia"? -¡Sí!, dije. Se lo guardó en la bolsa izquierda del saco. Me miró con una cara entre coqueta y traviesa, como de niño: "Patricia... ¡qué trabajo nos ha costado! ¿eh? Yo te llamo". 

En eso, los seudo-organizadores se llevaron a los escritores, finalmente. 


Gabo en su última aparición pública, fuera de su casa
en el Pedregal, en su cumpleaños, 6 de marzo de 2014


Para mí, haber dialogado con él de esa peculiar forma, ya era mucho regalo, yo que en esas fechas no paraba de leerlo y habitaba como en ninguna otra edad, sus frases y maneras parsimoniosas de entender y decir las cosas. No tenía la más mínima esperanza de que me llamara ni nada. Pensaba que perdería el papelito, que ni se iba a acordar. Que todo había sido una cortesía del momento. Pero tampoco lo tomaba a mal. ¿Por qué alguien tan grande como él, se iba a acordar y preocupar por enviarle un libro a una chamaca desconocida?

Pero a las dos semanas, una persona llamó a mi casa familiar. No recuerdo si contestó mi mamá, mi papá, algún hermano mío o yo misma. Lo que sí es que cuando tomé el auricular, una voz femenina, mayor, me dijo: "¿Patricia Peñaloza? El maestro Gabriel García Márquez quiere hacerle un regalo. ¿Puede usted pasar tal día a tal dirección (Fuego número *** en el Pedregal) por él?" Casi me desmayo. 





Por supuesto llegué puntual a la cita. Mi cerebro post-adolescente se hacía ilusiones de que el mismo Gabo estaría esperándome para darme el libro. Hasta pensé en proponerle una entrevista. Mi cabecita volaba y volaba. 

Muy arregladilla y nerviosa, toqué el timbre. Pero el suceso fue muy rápido. Abrió la puerta un ama de llaves, me dio un sobre manila que contenía Doce cuentos peregrinos, el libro que entonces estrenaba. La portada en su edición original luce un cesto con 12 rosas. Las flores seguían en esta historia como eje temático. Dije: "Ah, muchas gracias... Oiga, esteee . . ."  Y cerraron la puerta casi en mi cara. 

Me imaginé entonces alguna misiva mayor, acompañando el sobre. Pero no. Ahí mismo en la banqueta, abrí apresurada el paquete. No había nada más. Entonces abrí la tapa. Y ahí estaba su dedicatoria: "Para Patricia Peñalosa: una flor grande y otra chiquita. Gabriel 94".

Estaba conmovida. ¿Por qué había hecho algo así, con una equis como yo, en medio de centenares de chamacos? No tenía idea, pero me habló de lo extraño, curioso, grande y hermoso que era este hombre. 



Autógrafos con flores, usuales en García Márquez
Yo atribuí en ese momento, en mi realismo mágico personal, que lo de las flores tenía que ver con mi blusa del otro día y me sorprendía que lo recordara. Con esa superchería crecí, hasta que Google me empezó a demostrar que estampar dedicatorias con flores era algo muy usual en García Márquez. Pero no importa. Una vez rota la ilusión, la simplísima historia queda en mi recuerdo, como la de un hombre sencillo, noble, tierno, con un brillo en los ojos extraordinario. 








Descansa en paz,  Gabriel García Márquez.
Hasta siempre.