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México DF, Antarctica
escribana que estudió periodismo, ama el rock y sus músicas aledañas, así como la poesía y las relaciones tormentosas

enero 29, 2011

Lo tronador de 2010 (rock anglo)
según Patricia Peñaloza

2010: año en que salvo escasas excepciones, las bandas jóvenes fueron opacadas por la presencia de viejos lobos, tanto solistas como al frente de añejos grupos; año en que el rock indie siguió arropando el gusto veinteañero, entre sonoridades espaciales de arpas y campanitas. Hoy, la primera parte de lo mejor del año
pasado, en cuanto a rock, según este espacio.

1. The Fall. Your future our clutter. Pasando los 50, el legendario Mark E. Smith sigue al frente de esta banda inglesa de culto de fines de los 70, dando lata con su reciente racha punketa, guerrera y abrasiva. Bajos gordos, guitarras crocantes, cantos sórdidos. Rocanrol antisolemne, cojonudo, sin concesiones.




2.
Arcade Fire. The Suburbs. El tercer disco de estos canadienses halla a sus creadores mejor plantados como músicos, y con mucha sustancia humana que ofrecer, además de ser de las pocas bandas jóvenes que conmueven y poseen un sonido propio. Win Butler y compañía, con su indie-folk épico, abren su diámetro armónico para, entre guitarras acústicas, acordeones, cuerdas y teclados pastorales, celebrar las alegrías y las tristezas de la vida. Un disco emotivo, sincero. Banda totalmente representativa del año que pasó.

3. Tame Impala. Innerspeaker. En su debut, como salidos de una cápsula del tiempo, este trío australiano de veinteañeros emula con sus guitarras el espíritu de la sicodelia de fines de los años 60, pero con mucha dosis de contemporaneidad, al pasar por el misterio de la banda sueca Dungen y la deconstrucción progre de los ingleses de Malachai. Con un gran sentido de la melodía y del groove, y la producción del mago cósmico Dave Fridman, ofrecen una maravilla cósmica, intensa, deliciosa.

4. Neil Young. Le Noise. De espíritu incansable, este prolífico e influyente canadiense/estadunidense ofrenda un íntimo disco de producción expansiva (Daniel Lanois), cercano a la desilusión de Freedom (1989), pero con reflexiones actuales respecto de la descomposición humana, así como de sus empolvadas memorias. Mezclando los dos estilos que suele alternar por disco (folk acústico o guitarra eléctrica sucia), ofrece una gema de dolor, soledad y belleza.



5. Beach House. Teen dream. De Baltimore, el dueto integrado por Victoria Legrand y Alexander Scally amacizan en este tercer disco su sonido lánguido, en el que el desamor, la voz grave de Legrand, las guitarras con slide, los pianos y percusiones suaves, los ecos mil, llevan a elevar los pies del suelo, entre melodías y arreglos acústicos de gran dulzura, que recuerdan tanto a Mazzy Star como a los Fleet Foxes. Una chulada absoluta.


6. Vampire Weekend. Contra. Consentidos de la segunda mitad de los 00, estos neoyorquinos, con Ezra Koening al frente, afilan su estilo influido por la fusión pop-africana de Paul Simon, con elementos rítmicos sintéticos de calypso, dancehall, reggae, ska-punk y synth-pop. Su maestría está en combinar todo ello con un ánimo alegre pero crítico con la estupidez estadunidense, sin sonar pesados o complejos sino frescos, sencillos y con personalidad propia. Encantadores, ineludibles.

7. Swans. My father will guide me up a rope to the sky. Tras deshacer en 1997 esta histórica banda creada en 1983, integrante del movimiento neoyorquino No Wave, Michael Gira revive el proyecto y graba ocho tracks de rock intrigante, profundo, de largos puentes de gran vigor instrumental y letras extremas sobre el comportamiento humano, creando tensión, poco antes de rozar los márgenes de la violencia. Con Devendra Banhart y GrasshopperMercury Rev) como invitados, se trata de una oscura pero grata sorpresa.



8. Robert Plant. Band of Joy. El otrora cantante de Led Zeppelin retoma el nombre de su primera banda de country-folk, para recrear viejos temas de dominio público, así como de diversos autores (Los Lobos, Linda Thompson, Patty Griffin, Low). Tomando elementos del blues y el folk, tanto gabacho como inglés, imprime gran vitalidad y actualidad a su interpretación. Sin duda, se halla en plena forma.



9. Deerhunter. Halcyon Digest. En su cuarto plato, los de Atlanta, comandados por Bradford Cox, combinan lo etéreo de su magnífico Cryptogams (2007), con lo acústico del Microcastle (2008), con temas que edifican estructuras claras plenas de gran tristeza, así como suavidad oscura en sus guitarras indie- anémicas y su producción fantasmal. Pesadillesco y texturoso dream-pop.



10. Gorillaz. Plastic beach. La tercera aventura lúdica, sónica y crítica del ex Blur, Damon Albarn, no alcanza la contundencia de sus dos discos previos, pero no se queda atrás en imaginación y diversidad de timbres, arreglos y atmósferas, que van del pop al synth pop, menos oscuro que antes, pasando por orquestaciones de tipo árabe y gran cantidad de hip hop, así como invitados de lujo: Lou Reed, Mark E. Smith, Bobby Womack, Mick Jones, Paul Simonon, Snoop Dog, De la Soul, Mos Def. Más colorido que antes, El proyecto trasciende lo virtual para colocar a Albarn como uno de los autores pop más relevantes de los últimos 20 años.



***


11.
Johnny Cash. American VI: Ain’t no grave. El sexto de la serie que grabó esta leyenda de la música tradicional estadunidense, con el productor Rick Rubin, fue grabado tres meses antes de fallecer (2003), en los días en que se le adelantaba su amada June Carter, pero recién fue editado. Álbum profundamente espiritual, con temas de diversos autores. Una conmovedora despedida, plena de americana, country y gospel, cantada con su vozarrón ajado, desde lo más hondo, tras vivir al cien. Bello y triste hasta la lágrima.

12.
Grinderman. Grinderman II. El segundo disco del proyecto reciente de Nick Cave, en la misma vena estridente y obscena del primero de 2007, es menos inmediato, más elaborado; con todo, su blues-garage-punk de reverberaciones mil, permanece, controlado con maestría: guitarras locas, órganos, violines, humor ácido, adrenalina; es como si a Charles Bukowski le pusiéramos distorsión y luego le prendiéramos fuego.

13.
Antony and the Johnsons. Swanlights. No porque su estilo plagado de vibratos, sea siempre el mismo, deja de conmover este inglés avecindado en Nueva York. Con un hermoso cuarto disco, Antony Hegarty inunda los tracks de dolor, muerte y transformación, a punta de cuerdas (arreglos de Nico Muhly) y fuertes pianos, y va del folk al minimalismo contemporáneo; un diamante de pop-art, con Björk en un tema. Brillante.

14.
Liars. Sisterworld. La paraonia, la furia y la ensoñación, están aquí como en todos sus discos, a ofrecer un viaje impredecible, disonante, que puede iniciar en un sintetizador suave y estallar en un rock violento. En su quinto trabajo, estos californiano-neoyorquinos siguen retratando la decadencia urbana mientras parecen diluirse y embarrarlo todo con su terror.

15.
The National. High violet. Oriundo de Ohio, pero residente de Brooklyn, este quinteto ha ido madurando su sonido mezcla de americana con britpop, hasta llegar a este quinto disco: un remanso de tranquilidad solemne, vía el timbre barítono de Matt Berninger, así como los teclados, las atmósferas sombrías y la melancólica que manejan. Tortuosos, hondos.

16.
Joanna Newsom. Have one on me. Con un disco triple, los violines, los flautines, los cornos y los pianos se mecen al compás de la etérea voz de esta procedente de Nevada, cuyo carácter élfico roza el belcanto y el folk, y se columpia de la vulnerabilidad a la fuerza, tal y como la nieve: suave y tormentosa. Monumental tercer trabajo de esta ambiciosa cantautora.

17.
Black Keys. Brothers. Con su usual toque psicodélico/stoner más contenido, el dueto guitarra/batería de Ohio (Dan Auerbach y Patrick Carney) le sigue pegando al blues distorsionado, ahora con más soul y melodía vocal, y con dos que tres arreglos tímbricos funky-electrosos. Disco que los encumbra en un lugar vistoso y de respeto en el orbe rocan-popero de caché.

18.
Spoon. Transference. En su séptimo disco, estos texanos maduran su sonido, basado en un rock directo, diáfano, profundo, que sin ser pretencioso está dotado de gran personalidad. Ellos no se andan con texturitas ni ecos, sino que valoran la emisión austera, sin por ello dejar de ofrecer estructuras y arreglos elaborados, misteriosos, elegantes.

19.
Ariel Pink’s haunted graffiti. Before today. Padre del llamado “chillwave”, esto es, producciones de baja fidelidad inspirada en el pop barato de los años 70 y 80, con sintetizadores nada cool y versos lisérgicos con coros pop-metal. Este angelino toca y canta alegre y surreal, como si desde un casette olvidado, en su primer disco en forma. Para posmo- kitschies totales.

20.
The Rangers. Suburban tours. Con Joe Knight, de San Francisco, al frente, es un álbum rarísimo, en el que teclados destartalados, casi new age, cajas de ritmos, guitarras vaciladoramente pretenciosas y bajos funk, parecieran generar el score para una película deslavada serie B, cual si la música se estuviera derritiendo desde una radio a pilas. Pachequez absoluta.

Otros destacados: la dulzura azotada de
Zola Jesus y su Stridulum II; el clasisismo rocanrolero del veterano inglés Paul Weller y su Wake up the nation; el buen metal en cámara lenta de Harvey Milk y su A small turn of human kindness; el punk-pop fresco de los chamacos de The soft pack, con disco homónimo; el electro-pop de ondilla juvenil de The Drums, también con álbum homónimo; el extraño y pretencioso pop de MGMT y su Congratulations; el aroma francés de Charlotte Gainsbourg y su pop suntuoso, con IRM; el melancólico folk británico de Mumford & Sons y su Sigh no more; el canto delicioso de la inglesa Laura Marling y su I speak because I can; el electro-punk-pop de The Sleigh Bells y su Treats; el pop surfero a lo Vaselines de Best Coast y su Crazy for you. (