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México DF, Antarctica
escribana que estudió periodismo, ama el rock y sus músicas aledañas, así como la poesía y las relaciones tormentosas

noviembre 19, 2010

Seguir Siendo. mi reseña

Seguir Siendo : cuando la banda rebasa a los directores

documental de Ernesto Contreras y JM Cravioto
sobre Café Tacvba








Una precaria caja de ritmos hilvana una secuencia de imágenes, que va de una modesta actuación subterránea a fines de los años 80 en la ciudad de México, a un atiborrado Palacio de los Deportes coreando la misma canción: a través de las persianas, de la mente y de los recuerdos de sus cuatro tripulantes, así como de quienes los han seguido durante 20 años, un largo juó-io-io-io-io-ió se extiende del LUCC a una mega producción en el Foro Sol, de Argentina a Colombia, para volver a un Zócalo capitalino atestado y de nuevo a la noche oscura de algún antro peludo y vacío de épocas remotas. La piel se eriza y el impacto emocional es certero. Si algo hay que reconocer al documental Seguir Siendo, de Ernesto Contreras y José Manuel Cravioto, que se exhibe hace una semana en el país con 120 copias, es su oficio para elegir con tino y rítmica edición, así como fluida narrativa cinematográfica, las tomas precisas en el momento adecuado, como para retratar cabalmente tres años recientes de Café Tacvba (y de ahí retomar trozos de su trayectoria), enfocándose en el proceso creativo, en la música, no tanto en sus vidas privadas.

Sin embargo, aunque contagia el entusiasmo y profesionalidad del grupo insigne de Ciudad Satélite, así como algunas reflexiones alrededor de tener que “ser otro” (la canción Seguir Siendo, que da nombre al filme, compuesta por Quique Rangel, dice: “sólo soy este hombre que espera a que empiece la función, para ser alguien más que yo"), el que ambos realizadores sean fans (lo han dicho una y otra vez, sin notar el autogol), y su falta de olfato periodístico, hacen de ésta una cinta sensible, divertida, pero complaciente y no tan reveladora.

Rubén Albarrán, Emmanuel del Real, Joselo y Quique Rangel, suelen preservar su vida personal, y está bien. Tampoco era deseable ventilar sus intimidades. Sin embargo, los directores se movieron al son que Café Tacvba les tocó: no se atrevieron a incomodarles; estuvieron al servicio de la banda, y no la banda al servicio de una idea.

Loable fue que la información contenida en 600 horas, se resumiera a 90 minutos de dichos y hechos que repercuten en su música, el punto alrededor del cual han forjado su carrera. Pero, de nuevo, esto es una extensión del modo en que los tacvbos se manejan. Se entiende que el filme conmemora dos décadas, pero de pronto tanta alabanza es claustrofóbica, pues sólo hablan del grupo quienes trabajan con ellos: los productores Gustavo Santaolalla, Aníbal Kerpel, Joe Chicarelli, Tony Peluso (q.e.p.d.) y el manager Juan de Dios Balbi, lo que resta objetividad y distancia. La falta de contraste (intervenciones de quizá otros músicos, periodistas, creadores), le da un cariz de cinta promocional, donde el arrastre de la banda tiene más peso que la obra en sí (por cierto, grave omisión fue no enunciar la relevancia que tienen en la música por ejemplo Chicarelli o Peluso, para entender con qué autoridad asestaron que Café Tacvba es como los Beatles o Radiohead).

Si bien el retrato tras escenarios es elocuente, y muestra la sencillez y humor del grupo, a partir de su reciente gira por Japón, Estados Unidos y Sudamérica, así como de maravillosos videos de años lejanos, es notorio que fue concebido sobre la marcha (al inicio sólo filmarían la gira nipona). La cinta es más anecdótica que reflexiva, aunque hay breves gemas, como cuando Joselo dice: “a veces nos gustaría tener competencia”, o “en realidad estamos empezando siempre”. Quedan en el aire preguntas sobre su misma creación o sobre lo que les implica ser considerada la banda de rock más importante de México, o si les importa por ejemplo, ganar premios como el Grammy, etcétera.

Con todo, quizá sin mucha conciencia de sus creadores, esa sensación claustrofóbica remite al espectador al encierro y tedio que implican las horas en que no hay concierto, en que “las jerarquías se borran en pro de un bien común, esto es: no volvernos locos fuera de nuestros hogares y dar el mejor show donde quiera que nos presentemos”: Joselo (Excélsior, 12/11/10). Finalmente, para el cosmos musical mexicano, es relevante que un documental de este calibre y proyección, se haya hecho alrededor de una banda tan entrañable y talentosa como Café Tacvba. A pesar de los errores, la instantánea a 21 años es pertinente, efectiva, y deja con hambre de más historias, y más música por venir.