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México DF, Antarctica
escribana que estudió periodismo, ama el rock y sus músicas aledañas, así como la poesía y las relaciones tormentosas

abril 22, 2012

Del Rock pa' la Causa y al Revés (Laberinto Urbano 1998)

Reportaje publicado en la revista Laberinto Urbano
en marzo de 1998
por Patricia Peñaloza

(transcrito a mano por no hallarse el original digital)

Del Rock pa'la Causa y al Revés
fotos originales: Víctor Mendiola


¿Qué tan comprometido está el rock mexicano con su realidad? ¿Es necesario estarlo? A continuación, un mosaico en el que varios músicos describen su postura y experiencia, el cual refleja de alguna manera, a nuestra sociedad joven y urbana, y cómo el Movimiento Zapatista ha incidido en el desarrollo mismo del rock local. 

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Ha sido en su crecimiento y aceptación, que el rock nacional se ha comprometido o no con los acontecimientos sociales. Tras el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1994, las respuestas entre la sociedad se dividieron; con el rock nacional pasó lo mismo: en general hubo simpatía, lo cual se manifestó como nunca antes hacia causa alguna, a través de conciertos masivos organizados por los mismos músicos, junto a estudiantes y artistas de otras disciplinas. Estos festivales se han convertido en espacios alternativos de expresión que reúnen dinero o alimentos que sí llegan a su destino (las comunidades indígenas en Chiapas, aunque después los destinos han variado, con la misma efectividad) e informan a los asistentes sobre lo que ocurre en el país, aunque mucho público vaya sólo a echar relajo. Su estructura ha sido ejemplo para otros intereses: libertad de expresión, damnificados, contra la manipulación, derechos humanos, lucha contra el sida, etcétera. Aquí, varios músicos mexicanos reflexionan sobre el sentido de ayudar, lo que generan estas acciones, y la relación que, para ellos, deben guardar música y entorno. 


Del Rock Empaquetado al Comprometido 

“El rock en México no tuvo un origen revoltoso y propositivo como en Estados Unidos o Inglaterra”, recuerda Armando Vega-Gil, escritor y bajista de Botellita de Jerez; “llegó como un producto empaquetado”. Alfonso Figueroa, bajista de Santa Sabina, incide: “el problema del rock mexicano en los 80 era que cada grupo estaba en su onda; nadie se unía a trabajar para que creciera y se fortaleciera como movimiento”. En los años 60, el rock mexicano fue sólo una traducción ingenua del original. En los 70, el posible movimiento fue aplastado tras la satanización de Avándaro. Al respecto, continúa Vega-Gil: “Entonces era natural el quehacer artístico ligado al político, pero el rock estaba aparte, y era considerado ‘imperialista’. Si querías que la música tuviera efecto político, sólo podías inscribirte en las peñas”. 

En los 80, la producción roquera no sólo fue baja y de nulo compromiso, sino que era un movimiento débil. Tuvo el rock nacional que crecer e instalarse en el gusto popular para que entonces apenas se cuestionara si podía tener conciencia social o no. Y en 1994 estaba en pleno repunte. La “cultura” del concierto masivo ya se había asimilado y comenzaba a formarse como industria. Existía la infraestructura material para organizar conciertos independientes y, sobre todo, público. El rock pudo entonces ser utilizado para convocar festivales solidarios. Aunque esto no ha sido fácil: las autoridades regularmente han puesto trabas, han creado provocaciones porriles o policiales; han prohibido realizar conciertos al aire libre. Por eso, desde que comenzaron a celebrarse, se buscó hacerlo en espacios autónomos, como la UNAM, o tomando la calle (el “Ángel” de la Independencia, por ejemplo). 


Dice Pato, guitarrista de Maldita Vecindad: “lo realmente peligroso es reunirse, intercambiar ideas, no mentar la madre”. Estos toquines fueron ganando espacio e identidad, de modo que el último que realizó la ONG La Bola, señala la escritora Adriana Díaz Enciso, organizadora, que fue el primero en este género en ser efectuado en un espacio público (Deportivo Azcapotzalco), gracias a la nueva disposición del gobierno del Distrito Federal. Quien esto escribe, desde 1994 acude a estos conciertos. En ellos, ha constatado a través de las charlas con los asistentes, que entre el slam y las botellas de plástico llenas de tierra cual proyectiles, se vive algo inédito: un sentimiento de liberad distinto a los que ofrecen los antros o las empresas servidoras del Ticket Master

Estos toquines no sólo se han convertido en espacios alternativos de expresión, sino que quien va sabe que con 10 o 15 pesos va a ver a muchas bandas, como no ocurre en otro sitio, y que con ello va a ayudar a los indígenas más pobres; no se venden envases de vidrio ni bebidas alcohólicas, y la seguridad son ellos mismos. Se han vuelto una nueva manera de divertirse: “bailar ahí con tal propósito es ya un acto político”, sintetiza Vega-Gil. Esta generación de jóvenes, contagiada por el discurso desenfadado zapatista, comprueba, indica Figueroa, que “hacer política puede ser en los 90 un acto lúdico, y lo lúdico algo político”. A veces pareciera que muchos músicos sólo tocan por Chiapas para aprovechar el escenario. El bajista de la Santa aclara: “Eso habla de la falta de espacios para tocar en la ciudad; si no lo entendiéramos quienes organizamos, seríamos unos fascistas”. El guitarrista de Maldita lo siente favorable: “Es una retroalimentación chida: del rock para la causa y de la causa para el rock”. 

Además, el formato de “muchas bandas por poco dinero” se ha extendido hasta para realizar conciertos comerciales. Otros buenos ejemplos de retroalimentación, continúa Pato, es que estos festivales “han derribado prejuicios y reunido a las bandas, cosa que no había sucedido, y ha fortalecido al movimiento musical; se ha formado en torno a éstos un pequeño universo de creación, expresiones nuevas incluso en la forma de bailar, de vestir; como una breve cultura del concierto solidario”. De la misma manera, estos conciertos han dividido la legitimidad entre bandas: las que apoyan y las que no; ha abierto discusión al respecto: ¿por qué hacerlo?, ¿por qué no? 

Participación a detalle 

Cada músico expresó, de modo más preciso, su postura, de acuerdo con su experiencia y participación. 


Pato de La Maldita: “Mi banda ha participado desde antes de 1994 en conciertos de apoyo a causas diversas, incluyendo la de Chiapas. Participar parte de la misma concepción del grupo; nuestro discurso no está desasociado del entorno. Y sobre si el rock debe ser contestatario, eso tiene que ver más con la condición ciudadana de cada quien, que con pertenecer a un grupo. Y como banda, ¿por qué la realidad tiene que estar separada del discurso, si te atañe lo que pasa en tu país, seas lo que seas? Cualquier discurso, hasta el que se dice apolítico, es político. Pero divergimos de la actitud radical de ‘vamos a educar al pueblo’; sólo queremos ser un vehículo de expresión. Nos involucramos porque nos sentimos hermanados con los indígenas: así como ellos carecen de espacios de participación, los artistas también. Estos conciertos demuestran que empezamos a escucharnos y que el movimiento de jóvenes toma un nuevo carisma”. 

Pinocho, cantante de Estrambóticos, banda que también le entra a estos toquines, dice: “Es natural ser roquero y participar, pues formar una banda es ya un acto solidario, generoso: prestas tu equipo, das de tu tiempo. Ahora, no es criticable si eres sensible o no a la realidad, eso queda en tu conciencia. En la nuestra sí ha habido interés, pues como artista, es necesario que transformes la realidad; si de ella omites la injusticia, eres parcial. Juntar alimentos para Chiapas es una emergencia, pero no queremos asumir una actitud evangelista. Sabemos que muchos van sólo al desmadre, por eso como grupo, la nuestra debe ser una actitud sensibilizadora; no podemos arreglar el problema ni explicar todo lo que pasa, pero sí motivar para que luego lean, se involucren más. Si repartes el corazón, dejas más que tirando un choro”. 

Paco Ayala, bajista de Molotov, banda que ha levantado polémicas por su lenguae soez e incluir propósitos de denuncia social, no participa en conciertos por Chiapas, pero sí por otras causas. Dijo: “Es importante tener conciencia, porque los jóvenes que escuchan música ahora están más involucrados que antes con lo que viven. Esta propuesta es un movimiento generacional que ha hecho crecer a muchas bandas. Como ciudadano, antes que como músico, es importante tener un espacio a través del cual expresar lo que te molesta. Lo nuestro ha repercutido; eso se ve en la cantidad de intentos por censurarnos. No participamos por Chiapas porque no nos han invitado (aunque los organizadores replican que sí se les invitó pero no aceptaron). Eso no quiere decir que no nos preocupe, y por asistir no vamos a solucionar ese problema u otro. Si nos invitan, aceptaríamos. Lo importante es referir lo que pasa, criticar la violencia; nuestra manera de ayudar es con música y lo vamos a seguir haciendo”. 

Ya en la hip-hopeada, otro Pato, pero de Control Machete, aseveró: “Es importante como banda crear conciencia. Nos involucramos en lo que podemos. Tratamos de mostrar las cosas como las vemos y de presentarlas a la gente para que le entre el gusanito de querer ayudar. Debemos entre todos alentarnos para ser un mejor país, y para eso hace falta conciencia; por eso Control trata de abrir la mente. Lo de haber apoyado a Jorge Lankenau fue algo personal de Toy, él puede contestar eso, y si no hemos participado en conciertos de apoyo a Chiapas, es porque no ha habido comunicación con sus organizadores, pero sí nos gustaría, estamos abiertos. Aunque hemos sabido que algunos de ellos piensan que no valemos la pena como grupo; así no podemos acercarnos. Además, preferimos ayudar de modo más discreto”. 


Para seguir con bandas jóvenes, los regios de Plastilina Mosh, de dos años de fundada, pero con buen arraigo actual entre la banda, se explayaron. Dijo el tecladista Alejandro Rosso: “Sería hipócrita decir que nos importa lo sociopolítico del país. Nunca hemos sido conscientes. Votamos y ya. No nos interesa hablar de lo que ocurre; nos parece aburrido hablar de lo que dicen ya los periódicos. Preferimos proponer música de ánimo positivo, que te haga sentir bien. La música es un gozo espiritual”. Señala Jonás González, guitarra y voz: “Sí nos parte la madre que maten a tanta gente en Chiapas, pero no es nuestro pedo y no lo podemos arreglar. No somos líderes de opinión; si hablamos del tema, no influye, somos personas comunes y corrientes. El rock es para divertirse y no para crear desmadres, sentirse machín o intimidar al otro. Somos músicos, no líderes sociales o políticos. No estamos de acuerdo con que la música se convierta en partido o religión”. Matiza Rosso: “Pero si podemos hacer algo que sepamos que va a ayudar, sí participamos. Lo hicimos en un concierto por damnificados tras el huracán Paulina. Y aunque somos más una propuesta musical que letrística, no hacemos tampoco música tonta, pues aun sin letra, puede ser inteligente, no vacía”. 

Por otros rumbos, el veterano bluesero Guillermo Briseño, involucrado con el EZLN desde 1994 (inclusive formó parte de la presidencia colectiva de la Convención Nacional Democrática organizada por el grupo guerrillero), quien ha integrado las ONG de músicos y artistas por Chiapas, Batallón de los Corazones Rotos y Serpiente sobre Ruedas, declaró: “Muchas actividades sociales y políticas en la que hemos participado varios artistas desde los años 70, son antecedentes que han permitido acercarnos al movimiento zapatista. En los 80 decayeron muchas asociaciones de artistas; yo seguí apoyando causas sociales. Desde 1994, varios artistas hicimos performances, organizamos el concierto ’12 Serpiente’, con el que vimos que éramos capaces de seguir. Los organizadores nos dividimos, pero los que nos unimos como Serpiente sobre Ruedas recorrimos ciudades del país con el mismo propósito; luego grabamos el disco Juntos por Chiapas, cuyas ventas serán para ayudar a los indígenas. También llevamos un mensaje cultural a Berlín en 1996, al Encuentro Intercontinental contra el Neoliberalismo. Nadie me dijo que tenía que ayudar; si alguien lo considera racional, puede hacerlo porque le toca, los problemas del país nos afectan a todos”. 



Alex Lora, líder de El Tri, quien recientemente abriga cuanta causa populista se le aparezca, externó: “El rock sí debe involucrarse con causas sociales, pues es música de y para la gente; qué mejor que sirva para ayudar a quien lo necesite y para concientizar. El Tri ha cooperado con niños discapacitados, mexicanos contra el sida; con comunidades desprotegidas a través de una canción en el disco Juntos por Chiapas; en la construcción de escuelas e iglesias, en una patrulla de rescate en ciudad Neza. Hacerlo dignifica, limpia al rock, al cual se le desprestigia mucho. Sería padre que nuestra música lo resolviera todo, pero no es así; lo que podemos hacer es denunciar lo que pasa. Gracias a estos actos, el rock ha crecido, llega a más público, tiene más fuerza y puede cada vez decir cosas más profundas e importantes. Sí hemos tocado para varios partidos políticos, porque ser rocanrolero es difícil, y si nos dan vida, tomamos su propuesta; eso no desacredita, porque aunque toque para el PRI, critico igual que en un hoyo fonqui”. Esta autora le comenta que los indígenas chiapanecos, aunque mueren de hambre, no aceptan por dignidad la comida del gobierno, y él contesta: “Deben tener sus razones y actuar por el ideal que persiguen. El mío es sobrevivir a la represión, la ridiculización, la satanización y todo contra lo que he remado”. 

José Manuel Aguilera, cabeza creativa de La Barranca, grupo que recientemente se integró a los conciertos por Chiapas (y cuyo proyecto musical, sin panfletos, posee conciencia social como banda de rock: “Lo es para cualquiera, no sólo para los grupos. Yo no haría distinción. Como habitantes de este tiempo y lugar, es nuestra obligación estar informados. Ayudar deja frutos tanto en los grupos como en el público. Si tienes visibilidad pública, es padre que puedas ser útil y atraer la atención hacia una causa, aunque requiere de una ética personal: qué tanto lo usas en tu beneficio, para que digan que ‘eres buena onda’, y qué tanto quieres de veras ayudar. Cuando nos piden participar, si lo fines son sólo políticos, partidistas, lo pensamos bien, pues se presta a interpretaciones subjetivas; pero si sabemos que la ayuda es apremiante, y que el resultado de nuestra participación será superior a los intereses personales, adelante. La Barranca no es un grupo político ni partidista, pero nos preocupa la realidad; no somos explícitos pero sí se nota en nuestra música. Quien esté relacionado con la expresión, debe reflejar su entorno aunque sea de modo indirecto”. 

Voces desde dentro de La Bola

Igualmente, hablaron algunos miembros de La Bola, organismo independiente integrado por músicos, artistas y estudiantes, responsable de las giras de conciertos “Muévete, Gira por la Libertad”, en 1997, y “Muévete contra la Guerra”, en enero y febrero de 1998, que recaudaron dinero y especie como ayuda para las comunidades indígenas desplazadas en Chiapas. La Bola ganó experiencia desde que sus integrantes participaron en la ONG Batallón de los Corazones Rotos, creada en 1994. 



En su representación, continuaron Díaz Enciso, Rita Guerrero, voz de Santa Sabina, Figueroa y Vega-Gil. Santa y Botellita, desde formadas, han apoyado causas sociales: “No está disociado de nuestro trabajo musical”, dice Guerrero; “con el tiempo hemos pulido la organización de estos conciertos, cada vez tenemos objetivos más claros. En 1995, ’12 Serpiente’ y ‘Rock por la Paz y la Tolerancia’, en la UNAM, marcaron una forma distinta de hacer conciertos. Al principio hubo oradores; ahora para informar usamos la estación de radio virtual (con promocionales y locuciones en vivo) ‘XEZLN, la estación del pasamontañas’. Notamos que quienes asisten tienen más idea que al principio, del significado de estos actos. Nuestro impulso principal es el amor. No tenemos en la ciudad causas para movilizarnos; adoptamos la zapatista porque es una motivación para los jóvenes. Llevar toneladas de alimento no soluciona el problema, pero ir y ver cómo viven los indígenas es muy valioso”. Figueroa: “Nos hace sentir vivos. Es cómodo no opinar y como roquero narrar el acontecer personal como si fuera lo más profundo. El rock nació como contestación social y su esencia está en tocar los corazones y la realidad”. 

Entonces, quien no ayuda, ¿está mal? Guerrero: “No, cada quien puede participar como quiera y pueda, o quizá no hacerlo”. Figueroa, más radical: “Quien no apoya no está consciente de lo que pasa. No cuestionamos el trabajo artístico, pero si hay una revolución, nadie se salva”. Continúa Adriana Díaz: “No repudiamos a quien no apoya, sólo nos parece raro que mucha gente, sea lo que sea, no esté consciente”. Prosigue Vega-Gil: “Para evitar que lo que organiza La Bola se vuelva frívolo y parezca ‘una moda’, tenemos que ser radicales para ser claros”. Puntualiza Guerrero: “Pero no decidimos quién toca y quién no; sólo tocan si están de acuerdo con las demandas que adoptamos: que se retire el Ejército de Chiapas, se cumplan los Acuerdos de San Andrés y se investigue y desarme a los paramilitares”. 

Retoma Vega-Gil: “Más allá de ideas y simpatías, no hay que olvidar que vivimos una guerra de baja intensidad; hay operativos y estrategias militares, muere gente todos los días. En los 70, tras la guerrilla de Guerrero, muchos artistas que se decían comprometidos, lo olvidaron. Hoy podemos hacer presión, y no sólo como grupos de rock; todos estamos implicados. El chite es hacer una revolución en nuevos términos de expresión”. 

Los Frutos 

Respecto de los frutos que la organización de estos conciertos ha logrado, se expresan algunos de los involucrados. 

Pato de La Maldita señala: “Estos festivales crean espacios de expresión que pueden traducirse en espacios laborales; apuntan al desarrollo del rock mismo. Pocas organizaciones, como las que hemos integrado, han generado tanto en lo material y en lo emocional. Como músico en estos toquines, te vuelves depositario de ciertos ideales y ganas credibilidad moral. Y el discurso no tiene que ser solemne; el zapatismo demuestra que puede ser desenfadado sin perder seriedad”. 

Pinocho complementa: “No es cuadrado, lo que a nuestra generación nos parece natural”. 

Briseño apuntó: “Estos conciertos han servido para agitar la conciencia, para que crezca el movimiento social, para que la gente no le crea al gobierno cualquier cosa, para que la comunidad internacional ponga sus ojos en México y ayude a vigilar nuestros derechos a la vida y la salud, para que la sociedad renueve su relación con sus indígenas”. 

Adriana Díaz Enciso finaliza: “A favor de la ciudad, un ejemplo fue ‘Rock por la paz y la Tolerancia’, cuando rompimos la prohibición de efectuar conciertos al aire libre. No hay muchos espacios dónde oír rock, por eso creamos espacios y fiestas para la gente. Es una satisfacción organizarlos sin ayuda de empresas y que los chavos guarden el orden: son sus conciertos. Y aunque lo que llevamos a Chiapas son toneladas que se acaban en tres días, se hace grande al unirse a la presión de mucha gente de dentro y fuera de México”.