Acerca de mí

Mi foto
México DF, Antarctica
escribana que estudió periodismo, ama el rock y sus músicas aledañas, así como la poesía y las relaciones tormentosas

julio 29, 2011

Amy Winehouse. in memoriam.

Amy Winehouse (1983 – 2011)


“Sólo nos dijimos adiós con palabras / He muerto un centenar de veces / Tú volviste con ella / y yo volví a la oscuridad”, cantaba la cantante inglesa Amy Winehouse con una afinación perfecta en tesitura de contralto, con el paso de muchas generaciones vocales en una sola garganta; con un vaivén que iba con soltura de la suavidad del terciopelo, en correspondencia con la dulzura y fragilidad de su corazón, a la emisión rasposa cual lija, como rijoso era el dolor que su alma resguardó hasta el final, en constante reproche a su condición de eterna abandonada. Pues si bien su canción más famosa, Rehab (incluida en el mismo disco, homónimo al tema arriba citado, Back to black, 2007), le decía “no, no y no” a la rehabilitación, y a su preferencia por quedarse en casa bebiendo y oyendo a Ray Charles, la mayoría de sus temas evocaban al desamor y la codependencia emocional hacia uno u otro hombre.

Hallada sin vida en su apartamento el pasado 23 de julio en Londres, a los 27 años, Winehouse se erigió como un meteoro de sinceridad brutal, en medio de un mundo musical de plástico, en cuya formación vocal confluían Billie Holiday, Dina Washington, pero también Ronnie Spector, Shirley Bassey, o las más recientes Macy Gray o Lauryn Hill.


Del jazz ingenuo pero contundente de su primer disco, Frank (2003), editado cuando tenía 20 años, dio un salto espectacular con el citado Back to…, para dejar de ser una tímida intérprete de estándares (http://bit.ly/og4HPc), y pasar a ser todo un vendaval de personalidad propia (http://bit.ly/PZgt8), que la erigió como una diosa contemporánea del soul, que si bien no innovó en el sentido estricto, sino que efectuó un flagrante revival, sí elevó al género a otra dimensión, al imprimirle una versión lírica y expresiva que trajo consigo la fuerza del hip hop y el R&B contemporáneos, con letras de contenido sexual y de filia a las adicciones, que jamás nadie había manifestado de tal manera, al menos en ese contexto musical aparentemente meloso.

Gran crédito para la contundencia de este impecable álbum, merecen los productores Salaam Remi y el desfachatado Mark Ronson, con quien a la postre tuvo diferencias la cantante, pues ésta no aceptaba que aquél se adjudicara todo mérito: “tengo mucho que ver con el éxito del disco, pues grabar con Amy fue una pesadilla”. Fue por esta ruptura, además de los problemas de alcoholismo y adicción a las drogas de aquélla, que su tercer disco se atrasó por años hasta nunca ser editado, aunque es muy probable que tales canciones, de las que existen sólo “demos”, salgan a la luz en un futuro próximo.

Con un autoextravío punk, llena de tatuajes, y una extravagancia que le llevó a poner al día una apariencia de pin-up decadente, algo así como una trash-soul-diva, ganó 5 premios Grammy por ese solo disco (lo nunca alcanzado por una mujer británica), mismo que fue el tercer más vendido en el Reino Unido, durante la pasada década. Eso, sin contar con un Brit Award, tres Ivor Novello Awards, y con que era una de las musas del diseñador Karl Lagerfeld. Sin embargo, ni los millones de discos vendidos, ni los reconocimientos, ni la fama, lograron aliviar su corazón afligido, o evadir su autocastigo constante, rasgos que también la hermanan con Janis Joplin.

Su muerte desconsuela, pues mientras más bello es un ángel, más doloroso es atestiguar su deterioro. Escucharla cantar en vivo, cuando aún podía hacerlo, con no mucha presencia escénica, pero sí una gran entonación, un timing delicioso, un scat de enorme frescura y naturalidad, una volatilidad a lo largo de las escalas y un sentimiento desgarrador, lleva incluso al enojo. Ver su detrimento diario desde 2007, ante los impíos y feroces carniceros de los tabloides sensacionalistas, generaba rabia e impotencia: carne apetitosa para sus tirajes, muñeca vudú de nuestras frustraciones, casi abandonada hasta por su familia (aunque digan lo contrario), seno del que debieron surgir sus inseguridades y falta de afecto.

A Amy, quien insistió en decir “no, no, no”, firme en su convicción por estar del lado que ella quería: detrás de un vaso de vodka, de un bote con crack, más que de un micrófono, la vida le pagó con otros tantos “no, no, no”, hasta llevarla a un fin cuyas causas aún están en el aire, pero que no deben de estar muy lejos de las por todos imaginadas.

La música pop de calidad dice adiós a una artista genuina, quien en prácticamente un solo disco volvió a poner al soul en alto, lo volvió cool de nuevo. Un adiós que deja un sabor a frustración, por lo mucho que aún pudo haber dado, tal como se piensa siempre que un alma tan joven parte de modo tan trágico. Descansa en paz, hermosa y atormentada Amy Winehouse.