como lo vio en la
RUTA SONORA
publicado originalmente en
LA JORNADA
(julio 17 2015)
TAME IMPALA
CURRENTS:
la expansión bailable de la psicodelia
El revival
psicodélico-sesentero ha pasado por varias reinterpretaciones a lo largo de las
décadas. Por citar ejemplos, en los años 80,
Echo and the bunnymen, The Legendary
Pink Dots, aportaron su particular versión; en los 90, The Stone Roses, Primal Scream, Inspiral Carpets, colorearon
sentidos con el maraqueo del baggy beat;
Kula Shaker fue más cercano al flower-power. Más experimentales, Spacemen3, Mercury Rev y The Flaming Lips, han puesto el ruido y
la locura; del lado noise, My Bloody Valentine y The Jesus and Mary Chain agregaron
oscuridad. En los dosmiles, Wolfmother se puso stoner y adelantó lo que luego vendría con la diversidad de Dungen, Animal Collective, Pond, Foxygen, Temples
y uno de sus mejores exponentes: Tame
Impala, de Perth, Australia.
Tras los
impecables discos Innerspeaker (2010) y Lonerism (2012), capaces de
yuxtaponer melodías beatle-pinkfloydescas
con guitarras llenas de distorsión muy de fines de los 70, así como
sintetizadores de misma era, con efectos digitales actuales, esta banda sumó
texturas suficientes para consolidar un nuevo revival de alta y feliz aceptación masiva. Una vez encendida la
chispa, el fuego se expandió y derivó en expresiones como las citadas, sobre
todo Pond (grupo satélite de Tame Impala) o los ingleses Toy y Temples, que más
parecieron seguir el manual de cómo sonar a la psicodelia lisérgica de antaño. Kevin Parker, líder de Tame Impala,
inteligente e inventivo, no sólo en la voz sino multi-instrumentista y
productor, se dio cuenta de que este hype
de emulación relativa se agotaría pronto. Su espíritu no es copista, sino el de
un creador. Tuvo claro que había que ir más allá, sobre todo al ver que una
desbandada de grupos se subía a su exitoso tren.
Sabio y en
búsqueda de la expansión sonora, Parker se bajó del tren: estréllense solos. Y
desde su propia maquinaria generó Currents (2015), un disco que hoy se
estrena oficialmente, con el cual da la vuelta a la psicodelia como hasta ahora
la hemos entendido. En provocadora actitud de ruptura consigo mismo, las
guitarras tronadoras desaparecen para dar paso a paredes de sintetizadores sin
fin. Con la habilidad de los grandes, Tame Impala cambia su sonido casi
radicalmente, sin perder su esencia. Con este álbum, la banda enriquece al género;
hace que entre otras cosas, la psicodelia sea bailable, al seguir un beat incesante (como en Let it happen, gran sencillo), quizá en
cercanía con Primal Scream, pero en otra rítmica. La lírica de Parker también
vira, y el brillo vital se transforma en angustia existencial; en miseria
suavizada a punta de teclados análogos de inicios de los 80; esto es: un tanto
más synth-pop, aun más cercanos al space-rock, con ocasionales guiños funky a
lo Prince, quizá contagiados por la
colaboración reciente de Parker con el productor Mark Ronson. Así, no renunciaron a su acostumbrado viaje cósmico ni
a hacer guiños melódicos a lo Brian
Wilson: sólo cambiaron de nave sónica, sin abandonar sus bajos macizos ni
la belleza ultra-melódica de sus juegos vocales.
Su nuevo
sonido ha generado desconcierto entre sus fans, pero también aceptación entre
quienes comprenden su evolución. Para el simplista, “Tame Impala se volvió
electro-pop”. Para quienes aman la música, el combo australiano sigue forjando
un nombre serio en la historia pop, más allá de la moda volátil, al elaborar un
eslabón que da continuidad a la psicodelia, como habría de escucharse de forma
inédita en los dosmil-dieces.