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CRÓNICA post CORONA CAPITAL 2013
Jónsi Birgisson al frente de Sigur Rós, uno de los actos más bellos del CC13 // foto: Claudia Ochoa-MHR. |
70 mil personas el sábado 12 y casi cien mil
el domingo 13, fue la asistencia al festival internacional de rock y
electrónica más ambicioso de México, el Corona
Capital 2013 en cuarta edición: casi el doble del año pasado (50 mil por
día), aunque casi la misma cantidad de cuando estuvieron Portishead y The Strokes
(2011). Ahora, irónicamente con bandas de menor calibre, en ese espacio
arbolado conocido como la Curva 4 del Autódromo Hermanos Rodríguez, lo que dominó
fue el espíritu juvenil alegre, colorido, lleno de vida, optimista, que se
monta en este gran pretexto para convivir a lo grande, ser creativo en la forma
de relacionarse con otros, probar a los amigos, carcajearse todo el día, sumar
experiencias; intercambiar besos, fajes, canciones memorables, bailes sin fin, miradas
que aún se asombran, pieles humedecidas, hermandad generacional. Chamaquiza que
sube a la rueda de la fortuna, nada en la alberca de pelotas; que hace
competencias de maromas sobre el pasto, que come paletas heladas pero también
mezcal de carrito.
Por ello, quienes denuestan a este festival
acusándolo de artificial, “embotellado” o “hipster”, están despreciando a esos
jóvenes cuya vida y emociones son reales, valiosas; privilegiados al gozar
libremente de una experiencia que hace 15 años era aquí impensable. La Internet
está enraizada en su acceso a la música y el mundo, y eso los marca
sobremanera. Y a pesar de que el sábado, debido a un cartel muy pop, la
convocatoria atrajo a jóvenes de altos recursos (desafortunadamente, muchos cumplieron
con el cliché de ser prepotentes, sucios e impertinentes), fue un festival de
asistencia plural, sobre todo el domingo, más roquero: gente que hizo el esfuerzo por comprar un boleto de 600
pesos por ver cada día a decenas de bandas cuyas entradas costarían eso, cada
una.
Se reconoce que la organización, la
limpieza, así como la disposición de rutas peatonales e incluso la cantidad de
baños, mejoraron. El público hace tiempo sabe comportarse y no hace destrozos. Muy
valioso fue el servicio de camiones RTP a once puntos de la ciudad, para que la
salida dejara de ser una pesadilla. Pero sigue siendo un abuso el precio de alimentos
(lo más barato, unos Doritos: 40
pesos) y bebidas (botes pequeños de agua a 30, mientras un… ¡pulque! a 25).
También hicieron falta más zonas de sombra, sobre todo el domingo, en que el
sol fue inclemente.
Las coronas del festival
La crema de este festival de cuatro
escenarios, estuvo en las propuestas que rebasan la autocomplacencia; que con
sus técnicas, notas y actitudes representan a su entorno, y que amparados por
herramientas digitales y análogas, suman géneros pasados como referentes, para
darles la vuelta con sentires actuales.
Maestría y calidez a lo grande con: Sigur Rós y su bello despliegue de
luces, campanas y melodías de ensueño; The
XX, elegantes, melancólicos, dando peso a los silencios; el entrañable y
joven Jake Bugg con su herencia folk
y gran habilidad para las melodías y los requintos.
La potencia escénica se dio con el cuarteto
femenino Savages: atmósferas
oscuras, hipnóticas, con ascendencia Bauhaus-Joy
Division-Siouxsie; cercanos a dicho sonido, con presteza instrumental, los
de Toy rezumaron calidad y asombro; similar,
pero unas rayitas más abajo, Peace
se sumó a esta avanzada. La nostalgia brilló con el pre-grunge de Dinasour Jr y The Breeders: las hermanas Deal tocaron el Last Splash (1992)
completo, sencillas pero aguerridas. La psicodelia-garage de tiniebla rugió con
The Black Angels y el blues-rock
clásico poseyó al ahijado de Eric
Clapton: el virtuoso de la guitarra,
Gary Clark Jr.
El electrobaile fiestero tuvo climax emotivo
con el productor italiano Giorgio
Moroder, padre de la música disco,
de 73 años, que en DJ set no sabía pinchar bien, pero seleccionó temas que
desbarataron a un público que le reverenció y perdonó cualquier falla. Blondie estuvo en la misma lista de
actos no tan precisos, pero sí sensibles y alebrestados, con una Debbie Harrie (68 años) aún sexy, de
voz aún prístina, pero ya algo frita;
la salvación fue el destacado baterista original Clem Burke, sosteniendo el groove.
Alucinante, la electrónica rasposa de Fuck
Buttons y el house maestro de Jacques
Lu Cont.
Los de gran reflector como Arctic Monkeys y su potencia probada, Vampire Weekend y su alegría deliciosa,
así como Queens of the Stone Age con
su hard-rock-pop noventero, fueron gozosos y masivos en extremo, pero sin la
sorpresa y frescura de lo antes citado. No tan buenos como se esperaba: el
electro-rave de M.I.A. y Grimes y mucho menos Deadmau5. The Crystal Method estuvo mejor de lo vaticinado. Matías Aguayo y su electro-sucutú puso
de buenas a la carpa Bizco Club, siempre de buen ambiente. En cacerola aparte
se coció el pop de Travis y Phoenix, ya muy vistos en esta ciudad,
plenos de un conformismo sonoro que provoca grima y sobre los que es mejor no
abundar.